En estos tiempos electorales tan agitados, ha surgido un tema de discusión bastante importante: el de la economía; cosa que no es para menos, pues justamente en esta época donde vamos a elegir a nuestras nuevas autoridades a nivel nacional, es importante que se debata abiertamente respecto de los modelos y propuestas sobre la generación y administración de la riqueza de nuestro país que los candidatos tienen, eso es saludable. Sin embargo, desilusiona bastante que haya un grueso sector poblacional que entienda la controversia de manera que establezca mentalmente una dicotomía entre laissez faire (libre mercado) y estatismo.
Esto –aparte de polarizador (que en estos tiempos no debería sorprendernos)– es una manera primitiva de abordar un tema tan sensible como es la crematística, porque el simple hecho de contraponer dos posiciones totalizantes origina dogmas, los cuales más que sustentados en la razón, descansan en creencias y juicios sumamente subjetivos; cosa absurda puesto que la realidad nos demuestra que la economía no es lugar de absolutos, sino de dialéctica y cambios constantes.
La propiedad privada de los medios de producción y el Estado son constructos de la civilización humana que han tenido un desarrollo a través del tiempo, y que en el momento presente representan las dos herramientas clave en el manejo de los recursos de una sociedad. El debate de si se debe permitir que la primera se sobreponga al segundo –o si el último debe prevalecer, ante todo– es vacua principalmente al hecho de que la conveniencia de la existencia de tal o cual elemento depende más que nada del contexto en que una cultura se encuentre. En la actualidad, es vital que haya una combinación práctica de los dos factores anteriormente mencionados, siendo el que determine el rol hegemónico la situación en que se encuentre.
En los últimos años, las experiencias mundiales nos han demostrado que el sector privado efectivamente juega un papel en la generación de riquezas a través de los intercambios comerciales y la inversión, más también se ha demostrado que para que este pueda realizar adecuadamente sus operaciones, es necesario que el Estado tengan la capacidad de manejar las válvulas mercantiles, redistribuir los ingresos a su ciudadanía y monitorear constantemente el panorama económico con la finalidad de que cuando haya algún desbalance, intervenga con su peso soberano a efectos de corregirlo.
Los niveles del tire y afloje dependen, otra vez, de la utilidad que los elementos primigenios de esta dinámica ostenten en un tiempo específico, pudiendo inclusive llegar a un punto en donde ya no sean necesario y sean desechados en favor de algo nuevo, pero siempre debe ir en función a la mejor manera de llegar a un fin, mas no un funcionamiento mecánico, en otras palabras, un pragmatismo encaminado al bienestar social y a la supervivencia de la mayoría, cosa que parece que una serie de naciones ha entendido.
Los modelos brindados por los pujantes países del Extremo Oriente como China, Corea del Sur, Japón y Singapur nos demuestran que la vigilancia e iniciativa pública –inclusive dentro de un sistema autodenominado liberal– tiene la obligación de acompañar a los privados para que estos crezcan y se conviertan en grandes empresas; inclusive las políticas de los ultra capitalistas Estados Unidos de Norteamérica nos enseñan que hay veces en que es fundamental la presencia y actividad del Estado con el objetivo de mantener la estabilidad financiera del continente.
Por todo lo expuesto, el sostenimiento de axiomas cuasi religiosos mantenidos en un fideísmo cerrado no puede ser posible cuando se discute de economía. Absolutamente ninguna nación ha podido salir de la pobreza o subdesarrollo a través de medios “químicamente puros”, a la vez que son inexistentes los países sin autoridad y los países sin propiedad privada. Ante la pregunta de si estatismo o librecambismo, una respuesta más aterrizada sería la de pragmatismo.
Fuente: ROSARIO SÁNCHEZ, José Carlos. «Columna de Opinión No. 03 del 31.03.2021». Diario La Verdad. Lima, Perú.
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