El cosmismo fue uno de los movimientos culturales más importantes de la Rusia del siglo XX: un fenómeno nacido del encuentro entre la tradición espiritual ortodoxa, los círculos rosacruces, la ciencia y la tecnología moderna. Una corriente filosófica que aspiraba al control de la materia y a la colonización de nuevos mundos.
Hagamos un ejercicio extremo de historia alterna: ¿qué carácter habría asumido la Revolución Rusa de 1917 con Aleksandr Bogdanov en lugar de Lenin como jefe de los bolcheviques? ¿Qué destino, entonces, con la alternativa soviética al poder, le deparaba a Rusia y a toda Europa? Una hipótesis poco probable, pero nos permite imaginar otro bolchevismo, no necesariamente mejor pero más en sintonía con siglos de espiritualidad eslava. Solzenicyn escribió que Lenin era un producto del jacobinismo europeo más que del carácter ruso; lo mismo puede decirse en menor medida respecto de Bogdanov, de sus rarezas y sus asociados.
Ya traductor de Marx, Bogdanov también escribió una novela de ciencia ficción en la que el socialismo triunfó en el planeta Marte y los extraterrestres le enseñaron a los terrícolas cómo salir de la prehistoria. Fue miembro de los constructores de Dios: herejes bolcheviques, con un afán por lecturas científicas y místicas. Niestzchianos con el ateísmo como punto de partida, pero no necesariamente como punto de llegada: Dios fue (re) construido y transformado en el superhombre soviético, como imagen de una superhumanidad en desarrollo, objetivo que tenía que hacerse rápidamente, con todos los recursos de la tecnología material.
Sin embargo, cuando perdió el duelo de ajedrez con Lenin en Capri en 1908, Bogdanov también perdió en política. Arrestado a principios de la década de 1920 por sospecha de faccionalismo, solo seria luego liberado por Stalin. Murió unos años más tarde, dedicado principalmente a la propagación del procedimiento de transfusiones de sangre con fines médicos y, diríamos, mágicos. Para su fortuna política, quedo en su lugar Lunacarskij, otro miembro de los constructores de Dios, abanderado de un marxismo como religión definitiva y constructiva, Comisionado del Pueblo para la Educación durante doce años. Sin embargo, en el Partido ganó el marxismo-leninismo, que no tenía la intención de cuestionar el materialismo del siglo XIX de Engels.
Pero en Rusia había algo más: Bogdanov ha ocupado un lugar destacado en un movimiento más extenso y variado cuya historia no es breve, ya que comienza a fines del siglo XVIII y prosperará después de los años de las catacumbas bajo el régimen. El movimiento es conocido como Cosmismo y el principal erudito occidental del fenómeno, George M. Young, escribió un ensayo traducido y publicado providencialmente en Italia intitulado: Los Cosmistas rusos. Lectura recomendada para todos los amantes de la historia y la religión, ocultas y públicas.
El cosmismo nace del encuentro entre la espiritualidad ortodoxa y los círculos rosacruces, animado por ocultistas a menudo extranjeros como franceses, alemanes e ingleses. Hasta el punto de que hay quienes ven detrás de toda la operación una estrategia de los servicios secretos occidentales para desviar a los pueblos eslavos del camino correcto de la Tradición. La obsesión de Bogdanov con la sangre dio lugar a mitos populares sobre vampirismo y magia negra en torno a su persona. Pero una figura más apartada de estas rumorologías de círculos esotéricos y de historias de espías, es el bibliotecario Nikolai Fedorov, autor de La filosofía de la obra común (publicado póstumamente en 1913), que nos brinda una visión más objetiva de este movimiento y establece claramente el programa cosmista sustentado en: la resurrección de los muertos y de los antepasados, el control de la materia y la colonización de otros planetas. Todo según Fedorov, de acuerdo al Evangelio, como cristianismo activo y verdadero, colaborativo con Dios.
La ciencia debe recuperar los átomos de los antepasados dispersos en el cosmos, reunirlos, así como Isis recogió el cuerpo desmembrado de Osiris, para formar cuerpos de gloria y luego lanzarlos para conquistar el espacio, era la visión del cosmismo. El visionario bibliotecario era poco conocido en su época, pero se reunió con estudiantes fieles y fructíferos, que desarrollaron sus ideas en varios campos. También estuvo en contacto con Dovstoevskij, Tolstoi y con Solov'ev que abrió el horizonte ruso con sus lecciones sobre la Divina Humanidad y el culto a Sofía: la sabiduría divina encarnada en la tierra en el cuerpo de una bella dama, como se le apareció al mismo Solov´ev producto de un espejismo en el desierto de El Cairo.
Un erudito de Sophia, pero menos heterodoxo, también fue Sergej Bulgakov, un ex marxista que se convirtió en sacerdote y teólogo. También estuvo Berdjaev que previó una Nueva Edad Media, dado que la Ilustración estaba agotada: una visión burguesa del mundo que ya tenia su luz tenue. Para todos los cosmistas religiosos destaca el mártir Pavel Florenskij: teólogo, matemático, científico, técnico, filósofo, estudioso de la historia del arte, de la perspectiva, de la percepción, y de otras dimensiones. En él ―después de ser explotado por el estalinismo en los campos científico e industrial― la teología abisal de los Padres de la Iglesia, se encuentra con la física cuántica y el cálculo infinitesimal.
Más integrados al régimen o mejor tolerados y apoyados, en tanto más útiles para la gloria soviética fueron los Cosmistas científicos. Muerto en 1935, Konstantin Ciolkovskij era un panpsiquista convencido de que el Universo era Uno y que, en todas partes, la conciencia se difundía, de Dios a la piedra, con solo diferencias de grado. También autor de ciencia ficción, se consagró en particular gracias al diseño de motores de reacción capaces de superar la curvatura gravitacional; esbozó naves espaciales para la colonización de otros planetas y fue el padre del imperio cosmonautico ruso (tanto que incluso la NASA lo recuerda como un pionero de la misilística). Vladimir Vernadskij es, en cambio, el profeta de la noosfera, el que vio la actividad imaginativa del hombre multiplicada por una técnica manifestada por la fuerza de una convulsión geológica que transforma radicalmente el mundo y la materia.
Dentro de los laboratorios espaciales de Rusia u ocultos en círculos ocultistas y artísticos o, tal vez, como filósofos aislados disfrazados de funcionarios públicos: los cosmistas permanecieron bajo tierra para luego levantarse nuevamente con la caída de la URSS. Una nueva vida compuesta por museos, libros, conferencias, nuevos investigadores y seguidores, incluso entre jóvenes ufólogos y esoteristas, por más singular que pudiera parecernos. Las posibilidades que ofrece la biotecnología, la interconexión del planeta, los viajes espaciales, parecen confirmar sus intuiciones y obsesiones. Un movimiento futurista que combina la espiritualidad eslava con raíces paganas y judías. El cosmismo tiene quizás mucho que enseñar, especialmente a los transhumanistas occidentales, al menos el impulso trascendente y el estrecho vínculo con el pasado. Nos queda la sugerencia de una revolución alternativa a la del ´17, más espiritual, cósmica, aun por construir.
Por Luca Negri, 23 de setiembre de 2017.
En: El Intelectual Disidente, Revista Digital Italiana. Traducción al Español de Il Cosmismo Russo.
Comments