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Actual desgaste y futura regeneración de la Política Nacional

  • Foto del escritor: Israel Lira
    Israel Lira
  • hace unos segundos
  • 6 Min. de lectura
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Al día de hoy, en la región sudamericana, y particularmente en el Perú, vemos el quiebre del vínculo representativo, entre los gobernantes y los gobernados. Los gobernados se sienten cansados y fatigados de unos gobernantes que no representan las aspiraciones nacionales y, por el contrario, si sus intereses particulares y sectarios. Que actúan de espaldas al pueblo. Respecto a esto, conviene traer a colación las reflexiones de Andreas Wimmer (2019), para quien el nacionalismo no solo es una constante histórica que trasciende ideologías, sino también una expresión fidedigna del quehacer político popular, receptáculo de aspiraciones y esperanzas de un pueblo que quiere creer en su porvenir. Dentro de esta visión Wimmer nos habla del concepto de Contrato Nacional, donde hay una clara reminiscencia al Contrato Social de Rousseau, pero con el advenimiento de los Estados Nación, creemos que el concepto genérico de Rousseau se torna en Wimmer en concepto específico de las sociedades políticas de hoy, caracterizadas por cuestiones específicas dadas por la cultura, ya que a fin de cuentas esta es la base de toda fenomenología nacionalista. De búsqueda de una soberanía y unos valores que alimenten la identidad de los pueblos, ya que contrario al ideario cosmopolita universalista, ningún pueblo quiere ser igual a otro, si no, dotado de una originalidad que le otorga su dignidad nacional sin por ello caer en un supremacismo fútil, todo lo contrario, sino en el reconocimiento que precisamente la búsqueda de dignidad es algo que acompaña tanto a la persona como a los pueblos.

 

Tomando como referencia este concepto de contrato nacional, que Wimmer define como la concertación existente entre gobernantes y gobernados para el cumplimiento de objetivos nacionales, y contrastándolo con los acontecimientos políticos de la última década en el Perú, podemos afirmar con certeza que nuestro sistema político se encuentra en un proceso de deterioro progresivo y sostenido de nuestro contrato nacional, por el quiebre del vínculo representativo derivado de unas deficientes políticas de lucha contra la criminalidad y la corrupción acompañadas por una gestión pública que llamaremos de piloto automático, dado que, no tenemos confianza en nuestras autoridades ni en nuestras instituciones. Por citar algunos ejemplos, en la última encuesta de Percepción Ciudadana sobre Gobernabilidad, Democracia y Confianza en las Instituciones del INEI (Enero-Junio 2025) emitida en agosto último, se puede apreciar que las instituciones en las que menos confía la ciudadanía son los Partidos Políticos (93.6%) y el Congreso de la República (92.4%). Por otro lado, la percepción en torno al funcionamiento de la democracia en nuestro país es que esta funciona Mal o Muy Mal (74%), culpando principalmente a los políticos (89.7%) y a la calidad de las leyes (37.4%) por esta situación. Percepción que, si hacemos un recuento histórico desde la desestabilización de la elite política peruana en los destapes de Odebrecht en el gobierno de PPK, solo ha ido in crescendo.

 

Desde PPK [gobierno de lujo se decía y que acabó estrepitosamente y lo que probo en cierta medida que en nuestro país la relación directa entre preparación profesional de un candidato con su respectiva probidad moral, es contingente. Por otro lado, Castillo fue la experiencia contraria, se busco en su imagen probar una relación inversa, una idea de que el homo populus no siempre puede estar preparado a nivel técnico, pero puede ser intachable moralmente, ahora también sabemos que ello tampoco esta asegurado. Que tanto izquierdas y derechas son susceptibles a la decadencia moral; retomando el tema de PPK] en adelante, solo hemos tenido crisis políticas periódicas que han seguido a gobiernos de transición. Desde Martin Vizcarra, Manuel Merino, Francisco Sagasti, Pedro Castillo, Dina Boluarte y así llegamos al actual presidente de transición José Jeri, que, para su suerte, la vacancia contra la señora Dina Boluarte sucedió en un contexto que favorece a su permanencia, a diferencia del contexto de Merino. En referencia a la necesidad de una ventana de estabilidad para enfrentar la grave crisis de inseguridad ciudadana por la que atraviesa el país hasta la fecha.

 

¿Qué sabemos sobre este señor Jerí? Al menos una anécdota jocosa en términos políticos, que evidencia que entre gitanos no se leen las manos. Al igual que su predecesora Dina Boluarte que dijo en su oportunidad que si vacaban a Castillo ella no aceptaría la presidencia, casi como un guiño con el pasado, Jeri semanas antes de la vacancia, había precisado que, de presentarse el escenario, él personalmente desistiría de su designación a la presidencia, risas más risas menos agregaremos. Y es que a la población lo que le causa fastidio últimamente es los que llegan a la presidencia bajo la modalidad de premio de consuelo [sucesión constitucional], no por el voto popular directo para tal finalidad. Legalmente sabemos que dichos procedimientos son válidos, pero para el pueblo, se ha tornado en odiosa fórmula de llenar el vacío de poder por su uso reiterado, ya casi vaciándolo de contenido al considerar que no esta cumpliendo la función de transicionalidad sino la de oportunismo, de que el Congreso usa el poder no para garantizar que el más apto ejerza una función pública de tamaña importancia como la Presidencia de la República [ya que la moción de censura contra Jerí también fue denegada con suma celeridad], sino al que responda a un parche político que no rasgue toda la piel del Congreso cuando haya necesidad de quitarlo. Y en ese sentido, Jerí es un parche muy conveniente para el Congreso, porque tiene cuestionamientos como todo el común denominador de Congresistas. Desde la denuncia por presunta violación, archivada, por cosas de la vida, en agosto de este año, es decir casi un mes antes de su asunción como presidente. Pasando por las controversias sobre enriquecimiento ilícito por un aumento patrimonial no declarado. Hasta las presuntas coimas para beneficiar a una empresa en una obra de irrigación en Cajamarca. Entre otras.

 

Con todo lo visto se reafirma que, con esta clase política no se puede sustentar ninguna obra de regeneramiento de la política nacional, y que el contrato nacional peligra en agrietarse de tal forma de hacerse irreconocible. Nosotros diríamos que irreconocible ya está, y que solo se mantiene a duras penas por la necesidad de una precaria estabilidad para el funcionamiento de la economía. Esta claro que estas crisis periódicas están cansando a la población y de continuar ello, se estaría creando el caldo de cultivo para una solución al margen de la democracia, y ya saben a qué es a lo que nos referimos con ello, el incremento en la popularidad de opciones de gobierno autoritario, pero esto sería el escenario extremo. El otro escenario es el más mediato, podría ser la normalización de los periodos de gobierno dentro de su plazo constitucional, partiendo [y dependiendo] de quién salga elegido en las elecciones de 2026 que yacen próximas. O nuevas crisis de gobierno que nos lleven al escenario extremo antes señalado. Particularmente vemos difícil pero no imposible el escenario extremo, y más plausible el de la progresiva normalización del propio sistema político por acuerdos internos, al hacerse conscientes nuestros políticos, de la inminente pérdida de sus privilegios si es que no llegan a consensos para la gobernabilidad del país. No creemos que el sistema se haga un harakiri, no solo porque los políticos de hoy no tengan concepto de lo que significa el honor, sino porque no les conviene. Pero quién sabe, en nuestro país todo puede pasar.

 

Volviendo a la reflexión sobre el contrato nacional, y ya para cerrar la presente, diremos que, este contrato no podrá renovarse con una élite política decrépita, sino, con la participación de nuevas fuerzas populares y juveniles con amplia conciencia nacionalista y de preparación profesional, técnica y moral. Por ello, toda la casta política actual, institucional, la que ya detenta el poder al día de hoy, o la que puede detentarlo por complicidad a la ya existente, debería estar exenta de toda participación política, ya que, de lo contrario, la renovación del contrato nacional peligrará de nacer viciada. Por ello, la condena de muerte en las urnas debe ser el destino final de esta política caduca. Una renovación integral del recurso humano que sirve para la función política y la dirección del Estado, ciertamente no se dará de la noche a la mañana. Entramos a un tema de cambio generacional. Es la juventud la que tiene que prepararse académica, profesional y laboralmente para ir sentando las bases de esa renovación general de la política nacional desde su recurso humano. Es en ese sentido, que nosotros, desde nuestro humilde púlpito, nos estamos preparando también.

 

La nueva política solo será posible con nuevos políticos ¿De qué otra forma puede renovarse la política sino es haciendo política? De lo contrario, dejaremos que los mismos de siempre hagan política, y por lo general, cuando así sea, será contra nosotros, como lo es hasta el día de hoy. Es momento de sentar las bases de la regeneración de la política, y esa responsabilidad recae en los nuevos cuadros de nuestra juventud nacional.


 
 
 

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