§ (Introducción de un artículo académico que el autor viene preparando en torno a sus reflexiones sobre la encrucijada en que se encuentra el Perú respecto de las polarizaciones de izquierda y derecha) §
El Perú es un país sumamente rico en gente, historia, cultura, tradiciones, lugares turísticos, recursos naturales y emprendimientos. Es una gran nación. Sin embargo, aunque ha tenido momentos de importante crecimiento económico en los últimos años, está aún lejos del desarrollo económico.
Estamos ya en el contexto del Bicentenario de la independencia, pero muchos peruanos se ven todavía en un contexto de dependencia y vulnerabilidad económica, lo cual se ha visto agravado por la pandemia. Muchos sienten que las promesas de prosperidad e inclusión económica no se han cumplido. Interesantemente, esto contrasta con los indicadores macroeconómicos, siendo que el Perú ha venido teniendo una de las tasas de inflación más bajas de América Latina (de hecho, la segunda más baja) y ha sido categorizado como primero en el pilar de “estabilidad macroeconómica” del Reporte de Competitividad Global (véase Schwab, 2019). De este modo, parece acertado el diagnóstico que sobre la situación del Perú hace Schuldt (2004) al decir que hay “bonanza macroeconómica y malestar microeconómico”.
Este malestar se ha manifestado en épocas electorales con un mensaje sumamente claro y continuamente desoído: gran parte de la población (especialmente de regiones pobres, sobre todo al sur del país) siente que el modelo económico que tenemos no les beneficia y ello los lleva a votar por opciones radicales de izquierda. Y así es como llegamos al Bicentenario, con un país lleno de polarizaciones: derecha e izquierda, Lima y provincias, el sur y el resto del país, los del voto y los del “anti-voto”.
Esto nos pone en una encrucijada: por un lado, es claro que nuestro modelo económico tiene importantes limitaciones y deficiencias y, por otro lado, es claro que un camino de socialismo estatista solo puede llevarnos al desastre económico (y a la pérdida de nuestras libertades políticas). La polarización ha llevado a que muchos, por evitar un extremo, hayan caído en el otro. Algunos defienden de forma dogmática el presente modelo económico, sin concesiones ni matices, con tal de evitar lo que llaman “debacle comunista”. Otros defienden de forma totalitaria un cambio radical, sin mayores análisis ni sustentos, con tal de salir de lo que llaman “modelo neoliberal”. Entre estos extremos no hay diálogo, no hay puentes, solo enfrentamiento.
El presente artículo tiene por objeto ofrecer una alternativa. Se trata no de un pronunciamiento político sino de un aporte académico que los hacedores de política y la población en general pueden tener en cuenta como propuesta alternativa que no caiga en ninguno de los dos extremos mencionados. En efecto, se parte de una crítica al modelo primario exportador que venimos teniendo en el Perú, pero luego se va no a una propuesta de tipo socialismo estatista que elimine o controle al mercado, sino a una propuesta que combina un cierto papel de estructuración por parte del Estado junto con una absolutamente fundamental dinámica de los agentes privados (nacionales e internacionales) en el marco de la economía social de mercado en vistas a la próxima revolución tecnológica y considerando la necesidad de reforma institucional.
Estado y mercado deben actuar no como sustitutos sino como complementarios. Que esta es la receta clave para el desarrollo es algo en lo que confluyen varios académicos de la economía fuera de los extremismos políticos. Por ejemplo, el Premio Nobel de 1998, Amartya Sen, escribe:
"Adoptamos algunas generalizaciones sesgadas y demasiado simplistas. Existen supuestas “enseñanzas” cuya validez reside más bien en el empleo de información selectiva (y, en ocasiones, en la fuerza de su enunciado) que en un examen crítico de las mismas. Un buen ejemplo de ello es la aseveración, bastante generalizada, de que las experiencias de desarrollo han demostrado la irracionalidad del intervencionismo estatal en contraste con las virtudes incuestionables de la economía pura de mercado, y de que el requisito indispensable para el desarrollo es el paso de “la planificación (económica) al mercado”. Es indudable que la experiencia observada en muchos países ha puesto de relieve la extraordinaria fuerza del mercado, los numerosos beneficios que puede reportar el intercambio entre diferentes naciones (así como dentro de las mismas), y los desastres que suelen resultar del cierre de los mercados, en vez de obtenerse la equidad ideal (equidad que suele esgrimirse como razón de tal cierre). Pero el hecho de reconocer las virtudes del mercado no debe inducimos a ignorar las posibilidades, así como los logros ya constatados, del Estado, o, por el contrario, considerar al mercado como factor de éxito, independiente de toda política gubernamental". (Sen, 1998, pp. 590-591)
Como marco conceptual base del presente artículo tenemos los términos “economía ortodoxa” y “economía heterodoxa”. Por “economía ortodoxa” se entiende a la teoría económica convencional, fundamentalmente la neoclásica, que se construye con base en la idea de agentes racionales, maximización de beneficios, mercados competitivos y eficientes, Estado mínimo, libre comercio y focalización en el crecimiento del PIB. La “economía heterodoxa”, en cambio, es aquella que discrepa de la teoría convencional, planteando alternativas. Constituye no uno, sino varios enfoques (Urbina, 2017). Bajo ese marco puede considerarse a paradigmas como el institucionalismo, el postkeynesianismo, la economía evolucionista del cambio tecnológico, la economía ecológica, el enfoque neoschumpeteriano, etc.
En la práctica los planteamientos teóricos de la economía ortodoxa se han traducido principalmente en lo que se conoce como “consenso de Washington”, el cual se entendía como una “receta” para el desarrollo que ponía énfasis en la liberalización, privatización y desregulación. Se buscó implementar sobre todo en la década de los noventa en vista del fracaso de varios países latinoamericanos en la década de los ochenta (la “década perdida”). Y ciertamente se requería salir de un paradigma de ineficiencia estatista, pero la propuesta del consenso de Washington no llevó precisamente al desarrollo. Que las reformas del consenso de Washington requerían ellas mismas de una sustancial reforma resultó algo tan claro que académicos relevantes como Bustelo (2003) y también Stiglitz (2008), Premio Nobel de 2001, han llegado a hablar de un “consenso post-consenso”, es decir, de que el consenso de Washington debía ser superado.
La economía heterodoxa constituye la perspectiva teórica clave para tal superación. Si se quiere un cambio del marco práctico se requiere un cambio del marco teórico. De este modo, el presente artículo puede considerarse como una plasmación práctica resumida para Perú de varios de los planteamientos teóricos de economía heterodoxa desarrollados en Urbina (2015).
Dr. (c) Dante A. Urbina es autor, docente por la Universidad de Lima y conferencista especializado en temas de Economía, Filosofía y Teología. Economista por la UNMSM, Magister en Economía por la Universidad Complutense de Madrid.
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