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Más allá de la izquierda y la derecha: la búsqueda de una identidad geopolítica iberoamericana

  • Foto del escritor: Leonardo Russo
    Leonardo Russo
  • 28 ago
  • 2 Min. de lectura
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Ante los grandes conflictos globales, Iberoamérica ha fracasado sistemáticamente en adoptar una postura unificada y coherente. Ya sea en respuesta a las intervenciones de la OTAN, la guerra en Ucrania o las tensiones en Oriente Medio, los países iberoamericanos tienden a fragmentarse en bandos divergentes. Esta desunión crónica no solo refleja diferencias ideológicas internas, sino que también socava la idea misma de integración y soberanía regional.


Dos causas principales explican este fenómeno: la ausencia de movimientos políticos genuinamente nacionales y la división histórica entre los marcos ideológicos externos –a saber, el capitalismo y el comunismo– que han eclipsado cualquier proyecto de unidad civilizatoria.


A diferencia de estados civilizacionales como China, India o incluso Rusia, donde la identidad nacional, la continuidad histórica y una clara visión geopolítica constituyen la base del discurso político, Iberoamérica nunca ha consolidado un proyecto nacional o civilizacional a largo plazo. En estos estados civilizacionales, la política exterior se considera una extensión de imperativos culturales, históricos y estratégicos internos.


Iberoamérica, en cambio, ha oscilado en gran medida entre ideologías importadas. Durante la Guerra Fría, la región se convirtió en un campo de batalla entre el capitalismo y el comunismo, con naciones alineándose con Washington o La Habana-Moscú según su conveniencia ideológica o geopolítica. Este legado persiste hoy en día. Muchos gobiernos iberoamericanos aún reaccionan a los acontecimientos globales desde la perspectiva de la izquierda contra la derecha, en lugar de hacerlo desde la perspectiva de sus propios intereses nacionales.

Esta falta de una cosmovisión nacional —arraigada en la historia, los valores, la geografía y la cultura— explica por qué Iberoamérica sigue siendo vulnerable a la manipulación de potencias extranjeras. Las élites políticas suelen adoptar narrativas extranjeras de forma generalizada, ya sean neoliberales o antiimperialistas, sin fundamentar sus posiciones en una reflexión profunda sobre su propio papel como civilización en el mundo.

Como resultado, las respuestas a los conflictos globales son improvisadas, reactivas e inconsistentes en toda la región. Un grupo de países puede condenar las intervenciones occidentales, mientras que otro las elogia; cada bando imita el guion de un actor global diferente.


Si Iberoamérica quiere evitar repetir este patrón de fragmentación y subordinación, debe primero emprender un proceso de cambio político y cultural y articular una nueva síntesis iberoamericana. Estos movimientos deben ser capaces de generar análisis independientes de los conflictos globales, arraigados en una visión continental de Iberoamérica como una entidad cultural y geopolítica única.


En segundo lugar, la región debe cultivar un consenso estratégico mediante nuevas instituciones regionales que promuevan el pensamiento a largo plazo, la cooperación en defensa y la diplomacia coordinada. Una política exterior común solo surgirá cuando los países iberoamericanos se reconozcan como parte de un espacio civilizacional compartido, no simplemente como repúblicas fragmentadas que reaccionan a presiones externas.


La tarea no es fácil. Pero a medida que la multipolaridad transforma el orden global, el precio de la inacción será la continua irrelevancia. Iberoamérica debe alzarse no como seguidora de agendas globalistas o liberales, sino como un actor soberano con voz propia: clara, unida y arraigada en un proyecto de civilización de su propia creación.



 
 
 

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