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La desnacionalización de los recursos energéticos de América Latina y la eterna condena del subdesarrollo

  • Foto del escritor: Luis Bozzo
    Luis Bozzo
  • 21 jul
  • 3 Min. de lectura
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1.Introducción

Podríamos señalar numerosos ejemplos en todo el continente que revelan la existencia de un modelo económico que, incluso en el siglo XXI, podría calificarse de semicolonial. Esto se debe a la ausencia de un desarrollo industrial soberano y a una revolución industrial retrasada, lo que ha permitido la persistencia de un sistema extractivista que exporta materias primas esenciales para las industrias globales, todo en nombre del «crecimiento hacia el exterior».


Un ejemplo práctico es Chile, principal exportador mundial de cobre, material esencial para la fabricación de cables eléctricos, tuberías, techos, monedas, componentes de motores, radiadores, sistemas de refrigeración, entre otros.


Sin embargo, la mayoría de estos productos no se fabrican en Chile y posteriormente deben importarse [una inconsistencia paradójica]. Situaciones similares se observan en países que exportan barriles de petróleo, carbón, oro, hidrocarburos y diversos recursos alimenticios que no se destinan al consumo ni a la fabricación nacional.


2.Antecedentes y necesidad de transformación

Estas exportaciones suelen tener como destino grandes potencias como Estados Unidos, país que desde el siglo XIX utiliza la Doctrina Monroe y otras estrategias para sabotear los intentos de desarrollar economías robustas en las naciones emergentes, impidiéndoles así adquirir la capacidad de competir internacionalmente.


Las viejas oligarquías del continente —las envejecidas burguesías mercantiles y terratenientes— siempre han visto el surgimiento de auténticos modelos de producción nacionalistas, no centrados únicamente en la importación, sino en el desarrollo futurista y el bienestar común del pueblo, como una amenaza a sus intereses monopolísticos.


Estas oligarquías liberales-conservadoras siempre han equiparado la patria a su propio patrimonio, y hay amplia evidencia de su naturaleza traidora en favor de intereses globales, incluido su papel en la conspiración para derrocar gobiernos patrióticos.


Además de lo anterior, es importante señalar que las privatizaciones nacionales, y especialmente las internacionales [en el contexto latinoamericano], junto con políticas estatales proteccionistas débiles, han llevado a que los recursos energéticos ni siquiera sean propiedad pública de los sistemas políticos. En cambio, terminan en manos de grandes corporaciones comerciales internacionales cuya eficiencia también es cuestionable.


Volviendo al caso de Chile, recordemos que cuando el país nacionalizó el cobre bajo la presidencia de Salvador Allende [nacionalización que el posterior gobierno de Pinochet desnacionalizó parcialmente al permitir el capital privado nacional compartiera espacio con las concesiones a empresas extranjeras; luego de allí, el proceso de desnacionalización del cobre post-pinochet no se detuvo sino que continuo con los sucesivos gobiernos democráticos], Estados Unidos lanzó un boicot abierto, apoyando un golpe oligárquico financiando a medios de comunicación y organizaciones terroristas para derrocar al gobierno electo; en otras palabras, un caso de intervencionismo radical.


3.Conclusiones

Estados Unidos desea que los estados latinoamericanos se adhieran a un modelo de minarquismo donde el Estado sea mínimo y subsidiario, interviniendo lo menos posible en la economía, utilizando artimañas como la clásica "mano invisible" y la retórica de la prosperidad del mercado. En nuestros países se promueve un discurso que favorece la globalización, la apertura de fronteras y la falta de soberanía político-económica.


Se implementan sistemas de concesiones para tomar el control de recursos energéticos y áreas estratégicas esenciales para el funcionamiento nacional, a menudo durante décadas. Se impone una agenda programática mediante tratados internacionales que a menudo chocan con la voluntad popular, cuyas directrices son cada vez más radicales, contrarias a los partidos políticos convencionales y las plutocracias históricas.


Por tanto, es necesario fortalecer las organizaciones populares, patrióticas y antioligárquicas para que puedan tomar el control político de los Estados, implementar estrategias de desarrollo industrial y reforzar los lazos con otros países de la región y con las potencias emergentes que compiten globalmente contra la hegemonía estadounidense-occidental.


 
 
 

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