Introducción
Pocas deben ser las ciudades en el Perú que no tengan calles o avenidas con el nombre de Grau, Bolognesi, Ugarte o Arica; sin embargo, ¿qué tanto sabemos realmente de los hechos que han perennizado en nuestra memoria esos nombres u otros como Angamos o Tarapacá? Un hombre lanzándose de un cerro a caballo, un anciano a punto de ser rematado mientras disparaba o un pequeño barco rodeado de otros gigantes… ¿es todo lo que hay en nuestra memoria colectiva? Vamos a comentar algunos hechos respecto de la batalla de Arica que a veces escapan al conocimiento general y que sólo se han popularizado con la exhibición de la película “Gloria del Pacífico”. Los datos y fechas que se debían aprender de memoria en el colegio, ciertamente, alejan a cualquiera de querer ahondar más en temas tan delicados como una guerra que cercenó nuestro territorio, nuestra autoestima y las relaciones internacionales hasta el día de hoy.
Recordar la epopeya de Arica no es atizar odios, rencores ni vivir resentidos, es mantener en nuestra memoria que la desunión y los conflictos políticos siempre serán la sombra de los habitantes de este territorio que hoy es la República del Perú, el heroísmo de los gigantes de Arica solo es comparable con la ambición y egoísmo de quienes regían el poder político en aquella época. ¿Suena conocida la historia?
El abandono
El motivo del abandono de los defensores del sur peruano (no solo de Arica) fue el ego del dictador Nicolás de Piérola. Siendo que el quería ser el salvador del Perú, no deseaba que el ejército enviado por Prado tuviera victoria alguna; más bien le convenía, para que así quede claro que todo lo relacionado al gobierno anterior era malo y sólo él llevaría al Perú a la victoria. Además, muchos de los mandos militares del Ejército del Sur habían sido enemigos políticos de Piérola al rechazar sus intentos de golpes de estado y fracasadas rebeliones. La patética venganza de Piérola contra sus enemigos políticos desembocaría en miles de vidas perdidas, el abandono de Iquique, Tarapacá, Pisagua, Arica y Tacna.
Pero algo que debe quedar en claro es que de parte de quienes sobrevivieron a la batalla de Tacna (26 de mayo de 1880) tampoco hubo deseos de ir a Arica a defender esa plaza; se critica mucho a los bolivianos por abandonar la alianza tras Tacna, pero poco es lo que decimos que Lizardo Montero abandonó a Bolognesi en Arica. Acaso queda la pregunta ¿Era necesaria la defensa de Arica? Arica es el puerto natural de Tacna. El presidente Prado dirigía la guerra desde allí y junto con Pisagua e Iquique eran los núcleos comerciales del, entonces, Sur Grande Peruano. Con la pérdida de Iquique y la toma de Pisagua era Arica el puerto más importante del sur, el cual se podía utilizar para abastecer al ejército.
Acerca de minas y fuertes
Cuando hablamos de minas normalmente vamos a la idea contemporánea de minas antipersonales o antivehículos, pero en el contexto de guerra existente hasta la primera guerra mundial esta idea de mina está asociada a grandes concentraciones de explosivos que podían hacer volar edificios o fortificaciones colocadas a cierta profundidad y eran activadas mediante dispositivos eléctricos. Esto fue lo que tuvimos en Arica; en casos como San Juan y Miraflores hubo de este tipo y también dispositivos que hoy llamaríamos de “cazabobos” que consistían en objetos de cierto valor que al ser recogidos del suelo activaban el explosivo. Su éxito fue limitado pues pronto advirtieron los chilenos el truco y hubo casos en los que hasta jaurías de perros terminaban activando todo un sector de minas delatando su presencia.
La palabra “fuerte” puede hacernos pensar en una fortificación de gruesos muros y admirable defensa; pero, en el caso de los fuertes de Arica se trataba de trincheras excavadas en la roca del cerro con sacos de arena en la parte alta con algunas piezas de artillería intercaladas. No debemos dejarnos engañar por la palabra ni por las descripciones chilenas que, tanto para Arica y San Juan hablan de “fortificaciones inexpugnables” pues no sólo hay las descripciones peruanas para alegar lo endebles que eran en realidad, sino que también han sido excavadas (San Juan) y, aunque convertidas en basural, lo que queda del fuerte Ciudadela en Arica nos muestra su sencilla realidad al igual que las maquetas del Museo de Sitio del Morro de Arica.
¿Hubo exceso de confianza en la defensa?
El defensor tiene siempre ventaja sobre el atacante, ello es cierto. Tiene una posición definida, conoce el terreno y puede obligar al atacante a hacer su plan adecuándose a una realidad impuesta por el defensor. Sin embargo, esto es válido cuando el defensor posee, condiciones mínimas de elaborar un plan de defensa y, a no ser que esté sitiado o bajo asedio, posee los recursos para ello. La situación en Arica era no sólo de abandono por parte del gobierno peruano sino que el puerto estaba bloqueado[1]. Ante esto la alternativa de darle mayor poder a los defensores fue la de instalar minas explosivas en los alrededores; pero, ¿eran estas garantía de victoria o sólo estaban destinadas a retrasar lo inevitable? Su existencia enardeció el ánimo de los invasores que lo consideraban una manera indigna y traicionera de hacer la guerra (¡) Sin embargo, fueron suficientes para que los mandos chilenos intentaran una negociación con la guarnición de Arica. ¿Habrían generado las minas un exceso de confianza en Bolognesi y sus oficiales? El ingeniero Elmore, encargado de su instalación, era consciente que su funcionamiento no sería el mejor debido a la ausencia de materiales necesarios que los suplió con una capacidad de improvisación admirable.
Sin embargo, al ser tomado Elmore como prisionero, era razonable pensar que los planos hayan sido capturados o él obligado a hablar; más aún cuando fue enviado como parlamentario la noche del seis de junio a solicitar la rendición de la plaza nuevamente, algo ya impensable. Los mandos chilenos lo enviaron… y él decidió cumplir su palabra de volver al cuartel chileno tras cumplir su misión… ¿debió quedarse en Arica y pelear con los defensores? Años después publicaría un folleto acerca de las instalaciones de minas de Arica, se trata de un claro alegato en su defensa donde la voladura del depósito de pólvora del fuerte Ciudadela es asumida como resultado de una de sus minas entre otros detalles que el curioso puede analizar. Sería la persona de su hijo, el joven poeta Edwin Elmore, que la duda se cebara al ser éste asesinado por José Santos Chocano tras una serie de ataques periodísticos entre los que Chocano tratara a Elmore de ser “El hijo del traidor de Arica”.
Era evidente que los chilenos usarían su ventaja numérica para dividir aún más las escasas defensas peruanas, pero la artillería podría mantenerlos lejos, el monitor Manco Capac era garantía de detener avances en el sector que cubría… pero al final los fuertes cerca al puerto fueron abandonados y sus cañones volados para centrar toda la defensa en el morro, en cuyas faldas se hallaban concentradas la mayor cantidad de minas. Es probable pensar que tal vez hubo exceso de confianza en las minas.
Cinco héroes y cinco muertes que merecen recordarse siempre
Todos los peruanos recordamos a Bolognesi y a Ugarte, pocos a Arias y Araguez, quien tenía a su cargo el fuerte Ciudadela y luchara sable y revolver en mano en los vanos intentos por contener las oleadas de infantería chilena[2]. Cuando el destino del fuerte estaba sellado y en un sector solo Arias había sobrevivido, aparentemente respetado por su alta graduación y su edad, los soldados chilenos le conminan la rendición y uno de ellos se adelanta a recibir las armas, sólo para recibir un disparo y un sablazo al grito de “¡No me rindo so carajo! ¡Viva el Perú!” Tras lo cual el coronel Arias fue acribillado. La descripción de los hechos es de fuentes chilenas.
Más allá de los hechos relacionados, la muerte del Coronel Ugarte es objeto de debate, es casi para todos olvidado que fue alcalde de Tarapacá, empresario, millonario y benefactor de su ciudad. Que donó parte de su fortuna para armar el batallón Iquique y se puso al mando de éste. Su muerte no fue sino la última nota de una sinfonía de vida por el Perú. Dejando de lado disparatadas ideas que lo mencionan en Francia, donde se casaría supuestamente con su prometida que allí le esperaba, las menciones a su muerte que se mencionan son: que cayó a balazos en la cima del morro con el resto de jefes peruanos (muerte no menos heroica que la del salto al vacío); que junto a otros jefes hizo un intento de parlamentar con los chilenos y cayó muerto a balazos al abandonar la pequeña construcción semisubterránea de la cima del morro; y la del salto al vacío a muchos les suena a cuento o farsa patriotera. Sin embargo, hay fuentes peruanas que mencionan que estaba a caballo dando vivas al Perú y gritando que nadie se rendiría allí tras lo cual cayó al vacío y por el lado chileno hay una mención que su caballo se desbocó ocasionando la caída y también hay letreros de una obra teatral montada al poco tiempo donde el gráfico muestra a Ugarte lanzándose al vacío seguido por la tropa chilena… el detalle que no aparece en las fuentes es el de sostener la bandera del batallón. Fuera a balazos en combate o prefiriendo la muerte por mano propia, Ugarte es un ejemplo de amor a la Patria que va más allá de su muerte en el campo de batalla. Por cierto, su cuerpo fue hallado, junto al caballo, hecho pedazos entre las rocas de la parte baja del morro. Alguna vez en Barranco mi familia trataba con el poeta José Ostolaza, descendiente de uno de los testigos del hallazgo del cuerpo y mencionado en la bibliografía especializada.
Todos tenemos en la memoria el célebre cuadro de Juan Lepiani “El último cartucho”. Bolognesi yace disparando segundos antes de ser rematado de un culatazo en la cabeza.Sin duda, cumplió su palabra. Un testigo presencial narra que el coronel, de más de sesenta años, tras haber recibido la noticia que las minas no funcionaban gritó “¡Traición!” ¿Pensaría acaso Bolognesi que el Ingeniero Elmore delató la ubicación y/o desactivó los dispositivos? Nunca lo sabremos. Arengaba a la tropa dando vivas al Perú y que allí nadie se rendía, el testigo menciona que cayó al suelo herido y luego fue rematado; tras esto su cadáver fue profanado: botas robadas, bolsillos vaciados, revolver y sable tomados como trofeo de guerra y el cuerpo del anciano coronel quedó semisentado con los sesos fuera del partido cráneo.
Al lado de Bolognesi había caído poco antes un hombre al cual muchos responsabilizan de ser el causante de la derrota: el Capitán Juan More, tras perder la Independencia, supuestamente el mejor buque de la armada peruana; cayó en depresión intentando suicidarse más de una vez. Finalmente, optó por continuar sirviendo a la patria en Arica, donde al mando de las baterías del morro, con los marinos de su buque, se encargaría de ocasionar daños al Cochrane en el duelo de artillería del cinco de junio. Su sentido de culpa le llevó a dejar de usar el uniforme de marino al no considerarse digno de él; sin embargo, el día de la apoteósis si lo llevó y pagó con su vida lo que el consideró el mayor error de su vida. El cineaste Juan Carlos Oganes en “Gloria del Pacífico” imagina a Bolognesi pidiéndole que use el uniforme en la batalla. Este hijo de un inglés (su apellido era originalmente Moore pero él lo españolizó) y una dama ayacuchana cayó muerto a balazos en la cima del morro para limpiar su honor.
Alfredo Maldonado era un cabo de artillería de 16 años de edad. Servía en el fuerte Ciudadela junto a un tío suyo. Durante la batalla fue testigo del remate de heridos y la terrible derrota que se avecinaba; según unos al ver a sus compañeros muertos u otros al ver como el pabellón peruano era arriado por los vencedores; montó en cólera e hizo volar el depósito de explosivos. Su acto ocasionó la muerte de vencedores, heridos peruanos y él mismo. A vencer o morir matando debió ser el lema de este adolescente del cual hay muy poco recuerdo.
¿Tenía razón el Coronel Belaunde, el desertor?
No todos los jefes de Arica se decidieron por la cerrada defensa de la plaza. El coronel Agustín Belaúnde, compadre del dictador Piérola se declaró en contra de defender Arica lo cual le valió ser detenido a espera de juicio. Sin embargo, lograría escapar arrastrando a algunos de sus subordinados a la infamia. Sin embargo, ¿valía la pena defender Arica? Abandonados a su suerte y con un ofrecimiento de rendición “honorable”: ¿era necesario luchar y perder 1600 valiosos hombres? ¿Puede el honor nacional valer esto? Respondemos con la frase del General Don José de San Martín:
«Cuando la patria está en peligro, todo está permitido, menos no defenderla».
Departamento de Estudios en Arqueología e Historia -DEAH
Pedro Vargas Nalvarte, Jefe de Departamento, Licenciado en Arqueología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y Magister en Lingüística por la misma casa de estudios, investigador del Laboratorio de Paleontología de Vertebrados del Museo de Historia Natural UNMSM y de la Asociación Peruana de Arte Rupestre.
Notas
[1] La heróica doble ruptura del bloqueo al puerto de Arica, el 17 de marzo de 1880, por parte de la corbeta Unión y su valerosa tripulación, admirada por los buques neutrales que fueron testigos de ello, no valió de nada. El dictador Piérola solo envió tela blanca, botones y dos ametralladoras descompuestas. No hubo pertrechos militares ni alimentos, nada útil.
[2] La proporción era de seis a uno a favor de los atacantes en Ciudadela.
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