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Algunas ideas sobre la falta de unanimidad en América Latina frente a las guerras de importancia global

  • Foto del escritor: Israel Lira
    Israel Lira
  • hace 14 horas
  • 2 Min. de lectura

Nuestra civilización latinoamericana tiene sus propias particularidades, donde elementos telúricos y talásicos parecen entrelazarse. Por ello, en términos geopolíticos, Brasil, por ejemplo, suele describirse como una potencia regional anfibia, que debe aprovechar al máximo todas sus capacidades.

 

Algunas de estas ideas se reflejan en la Proyección Continental de Travassos (1978). Un escenario similar se está desarrollando en Perú, especialmente tras la reciente apertura del megapuerto de Chancay, que facilitará el comercio entre China y Perú. La noción de la nación andina como potencia anfibia se presenta claramente en la Nueva Visión Geoestratégica de Castro Contreras (1993). Todo esto apunta a las posibilidades de una visión geopolítica unificada de Latinoamérica.

 

Sin embargo, en tiempos de conflicto, esta visión geopolítica unificada se fractura y da paso a divisiones entre las naciones hermanas de Latinoamérica. Lo que antes parecía anfibio, de repente se vuelve claramente terrestre o marítimo, sin matices. Estos son vestigios del impacto regional de las estrategias geopolíticas de las grandes potencias continentales sobre los Estados-nación periféricos.

 

En América Latina, la influencia hemisférica de Estados Unidos en la política exterior sigue siendo evidente hasta el día de hoy. El concepto de "patio trasero", una reliquia persistente de la Doctrina Monroe, junto con las prácticas de la Doctrina de Seguridad durante la Guerra Fría, aún resuena en la mente de los políticos latinoamericanos, quienes permanecen confinados en marcos bipolares obsoletos.

 

Esta es, y sigue siendo, una de las principales razones por las que América Latina, salvo excepciones, carece de una doctrina geopolítica independiente fuera del marco de las potencias occidentales. En cambio, replica y se mantiene funcional a dicho sistema. Esto explica la división de opiniones sobre los conflictos de impacto global, tanto pasados ​​como actuales.

 

A esto hay que sumar otro factor importante que solo se reveló plenamente con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca: el papel, en gran medida subrepticio sino manifiesto, de la USAID al utilizar la ayuda humanitaria como herramienta de control político regional, generando así una dependencia económica a través de los fondos de apoyo. Solo en 2023, p.ej. USAID desembolsó 1.700 millones de dólares en América Latina.

 

Así, (i) la persistente influencia del dominio hemisférico de Estados Unidos y (ii) la dependencia económica disfrazada de ayuda humanitaria han sido las dos principales causas del fracaso de todo intento de forjar una visión geopolítica unificada en América Latina.

 

La pregunta final persiste: ¿Qué se puede hacer para romper el ciclo recurrente de fragmentación que socava una visión geopolítica unificada en América Latina, una que permita un consenso regional para rechazar firmemente el militarismo globalista? Una respuesta evidente es que la transición del Estado-nación al Estado-civilización requiere estructuras que trasciendan los acuerdos meramente económicos o administrativos, como la Comunidad Andina (CAN), el MERCOSUR o la UNASUR.

 

Sin restarle importancia a estas entidades, lo que realmente se necesita son estructuras ontopolíticas, es decir, marcos culturales fundamentados en una visión civilizacional amplia. Por lo tanto, la idea de una Confederación de Naciones Latinoamericanas surge como el camino más adecuado para alcanzar criterios geopolíticos unificados, una auténtica soberanía política y una plena independencia económica.


 
 
 

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