Hubo muy buenos conocedores de Aristóteles en el siglo que pasó: Werner Jaeger, Ingemar Düring, Enrico Berti, David Ross, pero el profesor Pierre Aubenque fue su más profundo conocedor en el siglo XX, así como lo fue Franz Brentano para el siglo XIX. Su libro El problema del ser en Aristóteles (1962) salió, ex profeso, a los cien años de aquel de Brentano Sobre los múltiples sentidos del ser en Aristóteles (1862).
Fue mi director de tesis en la Sorbona hace casi cuarenta años, aun cuando algunos colegas no me creyeron, pues como dijo mi compañero de estudios Francis Moury “A la époque Aubenque trônait sur la philosophie ancienne a la Sorbonne: que pouvais-je espérer apporter dans ce domaine qui n´eut dejà été dit”.
Había una especie de temor reverencial ante su figura pesada de sorbonnarde con su gran portafolio negro y su sobretodo al piso. Y todos sabíamos que sabía un montón, pero yo tenía algo a mi favor: era un argentino criollo que como dice Borges llevamos la irreverencia en la sangre, que además había leído a de Anquín y a Diego Pró (el único argentino que cita Aubenque). Y así me adelanté en un frío mes de octubre, a un grupo numeroso, entre los que estaba mi compatriota Néstor Cordero, que esperaba su llegada en la puerta del Centre de la philosophie ancienne y lo atajé en el amplio corredor por el que venía diciéndole: Moi, je suis l´indienne americainne blanc qu´a vous a écrite. Se sonrió y me dijo: Pase conmigo a mi escritorio. Este fue el comienzo de una relación fructuosa.
Lo intenté ver en el 2002 cuando viajé a la Universidad de Barcelona a dictar un curso pero me dijeron en el Centre que ya se había retirado y no sabían donde estaba. Todavía trabajaba allí un profesor corso de su época de apellido Rocaserrá.
Cuando estuvo de paso por Buenos Aires con destino a Chile en la UBA lo escondieron. En el 2012 cuando viajé a París por unos programas de radio y TV lo llamé a Cordero y me dijo que no sabía nada de él. Ahora antes de viajar en mayo del 2019 volví a escribirle a Cordero, uno nunca termina de convencerse que a un escondedor nada se le puede sacar, y me dijo que “no tengo la mínima idea. Uno me dijo que está en Formentera”.
Finalmente fue mi amigo Santiago Buedo que vive en Biarritz y que es más filósofo que muchos que se precian de tales, el que me consiguió su contacto y así lo pude visitar.
Vive con su mujer alemana en una residencia de ancianos, hoy tiene 90 años. Me recibió cordialmente pero, para mi sorpresa, me preguntó quién era. Yo había arreglado la visita con su señora. Cuando nos sentamos me preguntó qué tesis había hecho yo a lo que respondí: Sur le fondament métaphysique de l´éthique chez Aristote. Como vi que no acusó recibo le dije: que tuvo como addenda la traducción del Protréptico al castellano. Voila, respondió. Y de allí comenzó la charla. Me contó que donó su biblioteca a la Universidad de Amiens; que le habían publicado más en español que en francés; que se había hecho protestante luterano por influencia de su mujer; que después de su jubilación casi nadie más lo llamó, entre los cuales mencionó a Cordero que vivió veinte años subido a sus espaldas; que lamentablemente su erudición tapó su producción como filósofo. Fue entonces cuando aproveché para decirle que “los eruditos de lo mínimo” matan a la filosofía que siempre es un saber del todo, según enseña Platón. Que los investigadores rentados por el Estado no son otra cosa, salvo rarísimas excepciones, que empleados públicos, que elevan sus inútiles informes regularmente con el solo objetivo de cobrar el sueldo a fin de mes. Se rió de buena gana.
Hablamos de su relación con Heidegger y su artículo publicado en la revista Disenso, que yo traduje: Heidegger y el nazismo, donde defiende al mago de Friburgo.
Le dejé dos libros, Los mitos platónicos vistos desde América y el volumen tercero de mis obras selectas que encierra tres libros: El sentido de América, Ensayos Iberoamericanos y Teoría del Disenso, la que sugerí que leyera pues lee castellano.
Tomamos dos tasas de té que sirvió su mujer. Me contó sobre sus dos hijos y tres nietos. Sobre su casa en las islas Baleares y detalles cotidianos. Nos despedimos con un apretón de manos y le dije adiós.
La sensación que nos quedó, a mi mujer que me acompañó y a mi, cuando cerraron la puerta y encaramos un largo pasillo en penumbras de la residencia, fue que lo habíamos dejado zambullido en el túnel del tiempo.
Pensándolo bien, encontré a un gran profesor que eligió el cómodo camino de la erudición y postergó el riesgoso camino de hacer filosofía. Aquel que reinara en la Sorbona había cosechado en el atardecer de la vida la soledad de un funcionario jubilado cuando cesa en sus funciones.
Alberto Buela Lamas, profesor, metapolítico y filósofo argentino. Director y fundador de la revista DISENSO desde 1994 a 1999. Alma mater, Universidad de Buenos Aires. Maestría y Doctorado por la Universidad de Paris-Sorbonne. Actualmente profesor de filosofía de la Universidad Nacional Tecnológica (Argentina), e investigador por la Universidad de Barcelona.
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