Las recientes noticias del caos social y político del Estado Plurinacional de Bolivia han traído a colación diversos temas relacionados al uso de supuestos emblemas indígenas «milenarios» como la «Wiphala» o deidades sincréticas como «Pachamama» amén de menciones a lo indígena e identitario que nos trajeron a la memoria hechos tan extraños como las ceremonias de ascenso de mando del ex presidente boliviano en Tiahuanaco, donde con vestimenta supuestamente Tiahuanaco, alza los brazos sosteniendo los dos cetros a la manera de las representaciones de esta cultura prehispánica.
A raíz de lo anteriormente mencionado hemos meditado mucho acerca del uso de información arqueológica y etnohistórica en la política y la generación de una identidad en los países que actualmente existen en Sudamérica. La mayoría de los peruanos se asumen, para bien o para mal, descendientes de los emperadores cusqueños, forma parte de nuestra esencia asumir que existió un glorioso imperio milenario que hablaba quechua, donde todo era justicia y no faltaba alimentos para nadie. Diversas páginas de Facebook que se asumen nacionalistas, identitarias, patrióticas, etc. manejan una línea de pensamiento basada en la existencia de un poderoso imperio cusqueño y traen a colación la idea del inca como un poderoso señor que debería volver a imponer el orden nuevamente; tal cual lo expresa el mito de inkarri[1]. Sin embargo, una cosa es un grupo de amigos alucinando cosas en Facebook y otra es un Estado, plurinacional o no, haciendo uso de información de ese tipo buscando ganar la confianza de un sector de la población o, peor aún, intentando centrar a toda la población en sólo una manera de entender la diversidad cultural.
En esta nota trataremos de presentar información general acerca de lo aymara para, a partir de ello, contar con una base que permita efectuar una revisión crítica del uso que de esto se da en el vecino estado plurinacional altiplánico, lo cual de facto se extiende a los movimientos que reivindican tal simbología.
1. El origen de la lengua aymara: las lenguas Aru
La cultura aymara tiene como su principal marca de identidad hablar la lengua aymara. Esta lengua pertenece a la familia Aru, donde podemos hallar también al Jácaru y el Cauqui de la sierra de Lima. La presencia de estos dos pequeños reductos de lengua “aymara” pretendió entenderse como prueba de una supuesta “invasión” procedente del altiplano. El historiador Waldemar Espinoza Soriano planteaba que los aymaras tendrían su origen en el actual norte de Chile y que en un arrollador avance habrían destruido Tiahuanaco, Wari y habrían llegado hasta el norte del Perú, prueba de ello sería la presencia de supuestos topónimos aymara en esas zonas. Sin embargo, desde la lingüística, dejando de lado las versiones con escaso fundamento de Espinoza, tenemos que el origen de las lenguas Aru se encuentra en la costa al sur de Lima e Ica, los estudios de Alfredo Torero y Rodolfo Cerrón, insignes lingüistas peruanos permiten afirmar esto. Si queremos unir las lenguas Aru a algunas culturas prehispánica antiguas se podría pensar en Paracas y Nazca. Sabemos también que en los tiempos del llamado “Imperio Wari” (600 – 900 dC) las lenguas Aru se expandían junto a las lenguas quechua al punto de empezar un serio conflicto con estas. Las lenguas Aru empezaron a perder terreno a costa de las lenguas quechua.
Sin embargo, los relictos en zonas que actualmente no se asumen como “aymaras”, resistieron mucho tiempo: hay vestigios de aymara en Canta (Sierra de Lima) hasta el siglo XIX y en la sierra central hasta inicios del siglo XX. Más que evidencia de una supuesta “invasión” se trata de residuos de un territorio que antiguamente fue Aru y pasó a ser quechua. Para terminar con estas ideas, el famoso manuscrito quechua de Huarochirí (inicios del siglo XVII), escrito por el indígena Tomás a solicitud del extirpador de idolatrías Francisco de Ávila; este documento escrito en quechua posee un sustrato Aru muy fuerte, se trata de los residuos de una presencia fuerte pero antigua de las lenguas Aru en la sierra de Lima.
2. La tardía presencia en el altiplano de lo aymara: Cultura Tiahuanaco no es igual a población aymara
Mientras tanto en el altiplano teníamos la presencia mayoritaria de lenguas como el Puquina y el Uru Chipaya. La expulsión de las lenguas Aru de la zona central ocasionó que se asentaran en la sierra sur y entraran en contacto con la lengua Puquina a la cual poco a poco irá desplazando; sin embargo, nunca de manera total pues el Puquina aún era considerado una lengua general del Perú en el virreinato. Para tiempos del Tawantinsuyu en el Cusco, Apurímac y otras zonas se hablaban lenguas Aru aún, es más la lengua originaria de los señores del Cusco seria Aru, incluso su llamada “lengua secreta”; esto es algo que estaría ocurriendo ya por el siglo XIII. Debe quedar claro entonces que no se puede hablar de vínculos entre la cultura Tiahuanaco y las lenguas Aru. Si queremos asociar una lengua a la cultura Tiahuanaco esta tendría que ser el Puquina, lengua actualmente extinta. Esto quiere decir que no podemos hablar de una continuidad biológica, lingüística y cultural de Tiahuanaco y la población actual del altiplano. Esto no es algo nuevo. Cuando leemos las tradiciones recogidas por diversos cronistas en el altiplano respecto de lo que sabe la población indígena acerca de las ruinas de Tiahuanaco, refieren que se trata de la obra de otra población (sean gigantes u hombres blancos) que fueron destruidos por la furia de una divinidad o un desastre natural. Lo que queda claro es que no se sienten vinculados a ellos. Las gigantescas litoesculturas antropomorfas son interpretadas como esos habitantes convertidos en piedra como castigo, etc.
3. Comentarios finales
Teniendo en claro que las lenguas Aru son originarias de la costa sur del actual Perú, que su llegada al altiplano es tardía y no se le puede asociar a Tiahuanaco… queda la siguiente pregunta: ¿Qué validez tiene pretender asociar política y simbología “indigenista” en un estado contemporáneo a culturas prehispánicas con las cuales no habría una ligazón directa? Esto lo decimos en referencia directa a la fotografía que acompaña esta nota.
Tiahuanaco ha sido usado como referente cultural y de identidad por parte de Bolivia. Los estudios del arqueólogo Ponce Sanjinés pretendían vincular lo aymara con Tiahuanaco y convertirlo en algo así como el imperio Inca para el Perú; incluso señalando que el Tawantinsuyu fue la continuación de Tiahuanaco. Además, la cultura Wari de Perú es considerada también como expansión de la cultura Altiplánica. En esto podemos notar una suerte de gigantesco anacronismo “reivindicatorio” por no decir de resentimiento hacia el Perú, con lo cual caemos en el terrible error de proyectar realidades actuales hacia tiempos en que ninguna de las actuales entidades políticas sudamericanas existía.
Una toma de mando en un sitio arqueológico no es algo malo necesariamente, pero debe ser tomado con delicadeza. Ya lo hemos tenido aquí con la toma de mando de Alejandro Toledo en Machu Picchu. Pero, veamos algunas preguntas para el caso del Estado Plurinacional de Bolivia. Se asocia la cultura Aymara a sitios como Tiahuanaco, el mandatario luce elementos culturales que observamos en Tiahuanaco (cetros del personaje de la Portada del Sol), que pueden haber estado ligados a divinidades. ¿Divinización en ese momento del ahora ex-gobernante? ¿Un intento de ligar un gobernante indígena a un supuesto imperio indígena prehispánico es algo válido? ¿Se trata sólo de algo simbólico? ¿Son los bolivianos actuales todos aymaras descendientes de Tiahuanaco?
Menciones diversas a la Pachamama (aparentemente una divinidad surgida en tiempos del virreinato), una bandera de colores con un origen incierto que pretende ser usada como símbolo milenario… el tema es complejo y polémico. Dejamos al lector con información y preguntas. Para tratar estos temas debemos ser objetivos y dejar de lado subjetividades y pasiones, ello no sería científico o al menos académico. La brevedad de la presente nota, no nos permite profundizar sobre dos ejemplos concretos de esta instrumentalización contemporánea de la información arqueológica y etnohistórica , en relación a la Whipala y a la Pachamama. Siendo que trataremos de forma especial cada una de ellas en las siguientes notas al respecto, despojando subjetividades y brindado una imagen real y objetiva de dichos emblemas y simbologías, que tanta fuerza simbólica se les ha atribuido últimamente.
Finalmente, precisamos que como centro de investigaciones nos mostramos a favor de una correcta forja de identidades nacionales con base en un sustrato empírico contundente (arqueológico y etnohistórico), en detrimento de aquellas que son claramente de creación moderna. Mientras la identidad nacional se encuentre más próxima al correlato empírico ancestral, menos tendremos que recurrir a los mitoides modernos que tanto daño le hacen no solo a la identidad colectiva, sino a las ciencias especializadas en una correcta visión del pasado de nuestros ancestros, para con ello honrarles como corresponde. Una verdad a medias se convierte en mentira.
Departamento de Estudios en Arqueología e Historia -DEAH
Pedro Vargas Nalvarte, Jefe de Departamento, Licenciado en Arqueología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y Magister en Lingüística por la misma casa de estudios, investigador del Laboratorio de Paleontología de Vertebrados del Museo de Historia Natural UNMSM y de la Asociación Peruana de Arte Rupestre.
Notas
[1] De acuerdo al mito recopilado en los años sesenta del siglo pasado el inka fue decapitado por el español pero volverá cuando su cabeza se una a su cuerpo. El mesianismo y milenarismo son latentes en dicho relato.
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